24 de junio de 2008

La tierra de los valientes Marañones








Hoy es 24 de Junio, he despertado con mucha alegría al ritmo de Juaneco y su Combo, cómo no escuchar hoy esos acordes tan singulares y alegres que me trasladan, al menos mentalmente, a la hermosa tierra de inacabable verdosidad, a la tierra de honestos indígenas y bravos pioneros castellanos, donde hace veinticinco años vi la luz.
La Fiesta de San Juan es sin lugar a dudas la fiesta regional más grande del Perú, la fiesta patronal que une a blancos con indios como hermanos, y cómo no sentirse como hermanos si desde los primeros tiempos de nuestros abuelos hemos construido juntos el progreso de nuestra Selva; hombro a hombro y machete en mano se fueron levantando entre junglas vírgenes nuestros sueños.
Los indios nos enseñaron mucho; a sonreír ante la adversidad por ejemplo, nosotros, en cambio, a penas el evangelio.
Celebrar San Juan en la Selva es algo más que sólo celebrar una fiesta regional, es mucho más que eso; es en definitiva acercarnos a nuestros orígenes, volver a nacer respirando el aroma a hojas frescas y a tierra mojada tras la lluvia, es ,entre otras cosas fabulosas, sentirse en casa.
Tengo muchos recuerdos de la Selva, quizá la extraño ahora más que antes porque cuanto más tiempo paso lejos de ella, siento, curiosamente, que la quiero más. Siento que se fortalece mi identidad al verme, en muchos aspectos, diferente en esta sociedad.
Allá la gente aún mantiene esa mezcla de sinceridad con ingenuidad que mucho se ha perdido en las grandes ciudades; sin embargo, no todo es maravilla obviamente, siempre habrá, desde luego, algo que mejorar, pero en esta oportunidad no tocaré esos temas porque hoy es San Juan y sólo cabe en nuestros corazones alegría que matizaremos con un poco de ventisho y por supuesto con un sabroso juane enviado por la mujer hilandera de mi sueños, mi madre.
Ojala pronto pueda celebrar con los míos, han pasado nueve años que no he vuelto para estas fechas, mientras espero que se de el momento, seguiré estando, por lo menos por ahora, imaginariamente, en la tierra de los valientes marañones. Feliz día de la Selva.
Para conocer más acerca de los Marañones, click aquí: www.eldoradocolombia.com/pedro_de_ursua.html

15 de junio de 2008

Las huellas de África

Es común para los laguenses lidiar cada día con el feroz tránsito vehicular, donde sólo es posible avanzar, sin temor a exagerar, una cuadra por cada diez minutos. Este es el reflejo metafórico de una ciudad y su gente que nos muestra, desde ya, lo difícil que resulta vivir en un país como Nigeria.
Hay desolación mezclada con pomposidad en cada esquina, y fueron aquellos diez minutos que recorrimos por cada esquina lo que seguramente, de algún modo, me ayudó a observar con ojos críticos aquella realidad contradictoria consigo misma.

Nigeria es una país desmesurado en el que pueblos olvidados se buscan con ciudades modernas como Abuja y con otras tremendamente caóticas como Lagos; en ocasiones a uno le da la impresión de estar en ciudades-estado por la gran diferencia existente entre ciudad y ciudad, sobre todo entre Abuja la actual capital y Lagos la antigua capital nigeriana donde se celebran comúnmente los grandes negocios en torno al petróleo. El petróleo es para Nigeria lo que el guano fue para el Perú, sin embargo, es el motor que genera codicia y enriquece a unos cuantos que dominan un país de más de 120 millones de habitantes. La corrupción, madre de los males de los llamados países tercermundistas, ha sido y sigue siendo para el país un enemigo contra el cual se intenta luchar tenuemente; además de no haberse librado tampoco de dictaduras militares que sólo causaron muerte y más hambre en la zona.

La primera noche en Lagos fue agradable; la ciudad nos recibió con una lluvia torrencial, dándonos seguramente la bienvenida - pensé en ése momento. Nos alojamos en un barrio de apariencia tranquila, mas lo único que me tenía intranquilo era el incesante calor, a pesar de mi origen selvático-peruano.

Al día siguiente, algo que nos llamó rápidamente la atención fue el colorido rostro que nos mostró la ciudad a causa de esos largos trajes llamativos de variados colores encendidos que vestían especialmente las mujeres, y es que, al parecer, a diferencia de nuestro país donde quienes usan polleras, ojotas o pretinas son discriminados, allá en Nigeria, en cambio, la ropa occidental tiene su espacio, pero mucho más aún los respectivos trajes africanos; es pues, parte de sus identidad, de la cultura autóctona del lugar, y eso, desde luego, los convierte ya en admirables. Fue pintoresco observar aquéllas damas descender de un Mercedez Benz o un Volvo año 93 sin complejo alguno vestidas con esos largos trajes multicolores y esos enormes turbantes. Todos esos pequeños detalles convierten a Nigeria en un país más atractivo ante los ojos de cualquier turista.

En Lagos hay un lugar, el Restaurante del Hilton Hotel, a orillas del Atlántico, desde donde es posible observar a lo lejos, como si fuese un cuadro estático los edificios más altos de la ciudad, construidos al otro lado de la bahía; desde luego esa imagen no se compara a la impresionante Manhattan; sin embargo, al ver ese panorama espectacular, por un momento pensé: Vaya, sí que parece Manhattan, pero sólo a lo lejos...!

Lagos me pareció un buen nombre para la ciudad; y es que los portugueses, quienes pisaron ésas tierras antes que los ingleses, al ver que la costa estaba formada por un grupo de islas dotadas de riachuelos y de una laguna, decidieron bautizar al lugar como Lagos. El centro comercial y administrativo está en las Isla de Lagos en el corazón de la ciudad, unido al continente a través de dos puentes. También se conectan con la isla Ikoyi y Victoria, ambas con bien conservados y llamativos jardines.

Después de Lagos volamos hacia el Este. Dos horas y arribamos a Port Harcourt, ciudad a orillas del Atlántico en donde es fácil visualizar enormes buques cargueros y barcos que transportan el petróleo al primer mundo. La ciudad no es tan grande como Lagos; sin embargo, no escapa al desorden antes observado. De cierta manera es más tranquila y fue aquí donde empezamos a ver grandes mansiones; pero Port Harcourt no permanecerá tanto, al menos en mi memoria, por eso, sino porque fue el lugar donde por vez primera probé el plato típico del país y de gran parte de África, el famoso "Fu fu", que consiste en una especie de masa pegajosa hecha a base de un tubérculo, la que se acostumbra comer con alguna salsa o guiso a base de carne o pescado. Me gustó, lo disfruté mucho los tres primeros días, pero empecé a inquietarme cuando llegó el cuarto y quinto día porque era el mismo plato que nos servían en la casa del tío Gab, aunque después comprendimos el motivo. Lo anecdótico vino cuando fuimos en busca de un Restaurante donde pudiésemos encontrar algún plato de comida diferente; sin embargo, una vez sentados y habiendo ya ordenado el menú, nos trajeron inesperadamente un platillo de entrada, cortesía de la casa para los extranjeros, que se nos hizo tercamente familiar, con lo cual comprendimos que en ésa parte de África quieras o no quieras, pidas o no, resultarás comiendo cada día "Fu fu".

Así dejamos las grandes instalaciones de petróleo, el infaltable Fu fu y los mercados desbordantes de personas para enrumbarnos esta vez en dirección Norte hacia Enugu. El viaje fue de cierta manera agotador pero no tanto por la distancia, sino mas bien por el pésimo estado de la carretera, sin embargo la sola idea de estar en un lugar tan lejano como África recompensaba ciertos inconvenientes de la travesía. Una vez en Enugu recorrimos la ciudad, ahí estuvimos solo mediodía, en realidad no hubo mucho que ver ahí, sólo disfrutamos recorriendo sus calles abarrotadas como de costumbre de mucha gente que siempre muy atentamente se dirigían a nosotros dándonos la bienvenida, y sin faltar a la verdad, no llegué a contar las tantas veces que escuché en ese lugar la frase: "You are welcome".

Una tarde calurosa volamos rumbo a Abuja, la nueva capital federal, en el centro del país. La ciudad está todavía poco desarrollada para el turismo; sin embargo, para aquellos aventureros que desean tomar unas bellas fotos de la sabana nigeriana, éste es un buen lugar. En Abuja conocimos a Kweku y Mnambo, dos amigos nigerianos que fungieron de nuestros guías. Con ellos recorrimos gran parte de la ciudad. A primera vista es una ciudad ordenada y limpia, se observan construcciones grandes y pequeñas en proceso de ser terminadas, el tráfico intenta ser menos caótico y en verdad lo están logrando. Abuja pretende convertirse en una metrópoli moderna y una alternativa para los grandes "business nigerianos".

Al recorrerla por su principal avenida se puede notar algo curioso, se trata de una hermosa Mezquita, éste templo musulmán irradia fortaleza visto desde cualquier ángulo; sin embargo, lo curioso es que se encuentra construido a escasos mil metros de un templo cristiano, situación que no es común ver en lugares predominantemente musulmanes. El templo nos atrajo instantáneamente, como si una fuerza magnética nos atrapara; decidimos ingresar dejando atrás nuestros prejuicios y temores, a la entrada habían algunos mendigos postrados, seguramente a la espera de algún milagro mahometano. El templo era hermoso y al mismo tiempo acogedor, obviamente con características diferentes a uno cristiano, definitivamente a eso se debía que mi acostumbrada percepción echaba de menos algo que se asemejara a una cruz.

Abuja fue uno de los lugares que más me gustó de Nigeria. Los dos días que estuvimos ahí visitamos diferentes lugares de concurrencia masiva como los mercados, algunas plazuelitas, clubes, etc., todo esto a fin de palpar el sentir y el ser mismo de la gente.

A cuatro horas aproximadamente de Abuja, al Sur, se encuentra un pueblito donde el tiempo parece detenido y la vida transcurre más lenta que en otros lugares, me refiero a Nwi, donde gracias a la gentileza de su gente aprendí un poco el idioma nativo de la zona: El Igbo. Nwi se encuentra rodeado de mucha vegetación. Hace más calor ahí, pero al menos estamos alejados del ruido de los motores. De la casa del tío Gab se tiene una gran vista, debido a que la casa se encuentra en la colina más alta del lugar. Por las noches sentados en el balcón se escuchaba a los lejos el sonido armonioso de tambores y apenas se percibía la llama de pequeñas fogatas; era hermoso estar ahí, respirar ese aire impregnado de los mitos del África, escuchar esos tambores entremezclados con la naturaleza misma y sobre todo olvidarse del tiempo.

En Nwi fueron quedando mis últimas huellas, en aquélla iglesia cristiana pequeñita, la única del pueblo, en sus angostos caminitos, en su verde corazón que me acogió y de donde brotó mucho cariño de esa gente que conocí y que nunca antes habían escuchado de aquél terruño llamado Perú.

Todo eso es Nigeria. Nigeria moderna, Nigeria salvaje, Nigeria caótica, hambrienta y heterogénea tanto cultural como religiosamente.

Finalmente fui dejando África y con ella mis huellas. Y sin pensar mucho me fui alejando al tiempo que decía: "Ala Igbo di mma (la tierra Igbo es buena)".